El reinado del crimen y el terror

Tras la Segunda Guerra Mundial, los superhéroes se encontraban en obvia decadencia. Ya fuera porque los lectores del género habían crecido y demandaban otro tipo de cómics o porque la nueva situación sociopolítica no les era propicia, los héroes uniformados se habían reducido a su mínima expresión, aunque aún sobrevivieran los más populares, como Superman o Batman. Pero el formato que los había visto nacer, el comic-book, ya no moriría. Las diferentes editoriales llenaron los quioscos de nuevas publicaciones de los más diversos géneros: romántico, western, policíaco, bélico, de terror, ciencia ficción… Es uno de los momentos en los que más variedad temática ha podido encontrarse en el mercado estadounidense.

La mayoría de los editores adoptaron la misma fórmula: revistas que  contenían varias historias breves, de entre dos y doce páginas, todas de la misma temática. Editoriales como Crestwood, Atlas, Ace o Charlton dieron cabida en sus páginas a infinidad de artistas que, al no poder conseguir trabajo en el mundo de la ilustración o en el de las tiras de prensa, encontraron acomodo en el del comic-book. Muchos de los creadores de los populares superhéroes tuvieron que reciclarse en estos tebeos: tal fue el caso de Joe Simon y Jack Kirby, que realizaron fantásticos cómics sobre romance, crimen y ciencia ficción. 

Pese a que esta nueva tendencia se iniciaría en los cuarenta, la década siguiente es su verdadera edad de oro, durante la que algunas series llegaron a vender un millón de ejemplares al mes. Muchas advertían en sus cubiertas que el contenido estaba destinado a lectores adultos, aunque la realidad era que eran devorados por todo tipo de público. Otro rasgo que solían tener en común era que pretendieron ser más realistas, incluso muchas veces basándose en hechos reales. 

Durante los cincuenta, a pesar de que se mantendrá la variedad temática, los géneros reyes fueron dos: el terror y el policíaco o «de crímenes». Y, aunque había muchas editoriales publicando cómics, una ha pasado a la historia como la más importante de todas ellas: E. C. Comics. 

No era la que más vendía pero sí la que más ha influido en el cómic posterior. E. C. Comics nació en 1944 como una editorial de cómics educativos. Pero cuando su fundador, Max Gaines, muera en un accidente y sea relevado por su hijo Bill, la editorial cambiará completamente de orientación. Gaines hijo, no demasiado versado en el negocio familiar, contrató como editor a Al Feldstein, experimentado dibujante y guionista. Juntos remodelaron completamente la línea editorial de E. C. Los cómics educativos dejaron paso a la aventura, a la guerra, al crimen y, especialmente, al terror. En 1950 lanzaron al mercado una serie de títulos que hoy son verdaderos mitos. Weird Fantasy, Two Fisted Tales o Crime SuspenStories, pero sobre todo los tres títulos dedicados al horror: The Haunt of Fear, The Crypt of Terror y The Vault of Horror. Las historias aparecidas en estas cabeceras seguían respondiendo al modelo de la época: corta extensión, personajes episódicos, violencia, acontecimientos truculentos y perturbadores, una soterrada sexualidad y sobre todo un sentido del humor muy negro que provocaba giros sorprendentes en los finales de las historias. Como novedad, se introducía la figura del narrador que se convertía en el anfitrión de cada serie, y que presentaba y despedía, de manera sarcástica, cada una de las historietas contenidas en la revista. El Guardián de la Cripta es probablemente el más conocido, por su aparición en la serie televisiva Tales of the Crypt. 

Al margen de esto, había otras diferencias en la manera de trabajar de E. C. Comics. La visión que mantenían los editores y guionistas Feldstein y Harvey Kurtzman –llegado a la editorial poco después que el primero y uno de los hombres sin los que el cómic de autor estadounidense no podría entenderse– conllevó que los autores tuvieran una mayor libertad creativa, e incluso pudiesen firmar su trabajo, cosa que no era en absoluto frecuente entonces. Nombres- como Al Williamson, Wally Wood, Basil Wolverton o Jack Davis dieron forma a una plantilla de gran calidad, la mejor de su época. Pocos años después se les unió Bernard Krigstein, un dibujante que, al contrario de lo que era habitual entonces, estaba convencido de la validez del cómic como arte, y no sólo como un trabajo remunerado más. Esta convicción se plasmó, sobre todo, en una historieta de 1955, Master Race, llena de experimentos narrativos y centrada en un tema tremendamente incómodo: los crímenes nazis. 

La aportación de E. C. Comics a la historieta se completa con la archiconocida revista satírica MAD, cuyo primer número se publicó en 1952 bajo la dirección de Kurtzman, y que sigue publicándose en nuestros días. 

La época dorada de E. C. Comics, y por extensión del cómic de terror y de crímenes, terminó con uno de los sucesos más negros de la historia del tebeo estadounidense: la aparición del libro de The Seduction of the innocent (La seducción del inocente), escrito por el psiquiatra Fredric Wertham en 1954. 

En dicho libro, el doctor analizaba, entre otras cuestiones, el contenido de los comic-books para llegar a la conclusión de que eran extremadamente violentos e inmorales, que hacían apología del consumo de drogas, del crimen y de la homosexualidad, y que en consecuencia la exposición de los jóvenes a este material era tremendamente negativo para ellos. En esencia, Wertham culpó al cómic del aumento de delincuencia juvenil que estaba experimentando el país. El impacto del libro fue tal que acabó por provocar una serie de audiencias en el Senado, a las que fueron convocados los principales editores de comic-books, obligados a dar explicaciones sobre el contenido de sus tebeos con el fin de determinar si eran o no perjudiciales para los jóvenes. Entre ellos estaba Bill Gaines, que  protagonizó la anécdota más famosa de las audiencias: al asegurarGaines que sólo publicaba cómics de buen gusto, un senador le mostró una cubierta de Crime Suspenstories donde podía verse a un hombre sosteniendo un hacha en una mano y una cabeza de mujer cercenada en la otra, y le preguntó si eso era «de buen gusto». Gaines contestó que «sí, para la portada de un cómic de terror, lo es». 

La actitud de los editores, quizás no del todo conscientes de lo que se jugaban, contribuyó a que los paranoicos escritos de Wertham consiguieran su objetivo. Las audiencias en el Senado no consideraron probada la relación entre cómics y delincuencia, pero recomendaron seriamente a los editores que regularan los contenidos de sus publicaciones. La consecuencia de esto fue la creación de un organismo que velaría por el público juvenil y supervisaría durante más de medio siglo, hasta fechas muy recientes, todos los comic-books: la Comics Code Authority. En teoría no era obligatorio someter las publicaciones a la censura de este organismo, pero en la práctica aquellos tebeos que no lucieran en sus cubiertas el sello con la leyenda «approved by the Comics Code Authority» no eran distribuidos a los quioscos. El código de los cómics prohibía los desnudos, la mención a las drogas y el sexo o la violencia explícita. El crimen podía aparecer pero siempre que no triunfara y los delincuentes fueran castigados. La sangre no podía ser de color rojo, y los muertos vivientes de todo tipo también eran prohibidos tajantemente. Además, los comic-books no podrían llevar las palabras crimen, horror o terror en sus títulos. Todo esto fue el certificado de defunción de E. C. Comics, aunque todas las editoriales se vieron afectadas en mayor o menor medida. Gaines siempre estuvo convencido de que la Code fue creada expresamente para echarlos del negocio y, fuera verdad o no, así sucedió: en poco tiempo, pese a sus esfuerzos y los de su equipo, E. C.

Comics no fue más que un recuerdo. Sobrevivió la revista MAD, por una cuestión técnica: su formato de magazine le permitió esquivar la censura, que sólo se aplicaba a los comic-books. 

Pese a este final abrupto, los cómics de la E. C. y la extraordinaria calidad de sus autores, en especial Kurtzman y Krigstein, dejaron una marca indeleble en muchos futuros dibujantes, y su influencia en el cómic underground e independiente de las décadas siguientes será innegable. 


Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 64 – 70.

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