El boom del cómic adulto en España

El mercado español, por su parte, no había parado de crecer. Bruguera se consolidaba y se extendía por Hispanoamérica, mientras arrinconaba a su competencia en España, multiplicando el número de revistas que editaba. Así es como aparecieron cabeceras como DDT o Din Dan. Una vez que la legislación se endureció y las publicaciones infantiles fueron sometidas a una rigurosa vigilancia, la crítica soterrada que algunos autores habían conseguido colar en sus historias ya no fue posible. Y así, tuvieron que entregarse a un humor más blanco e inofensivo, que no socavara los principios fundamentales del régimen. Eso significó el fin de personajes como Doña Tula, suegra, de Escobar.

Definitivamente, Francisco Ibáñez se consolidó como el autor de la editorial más exitoso, y sus creaciones fueron explotadas al límite, especialmente Mortadelo y Filemón. Ibáñez transformó su estilo, influido fuertemente por autores franceses como Morris, Peyo y en especial Franquin, a quienes imitaba e incluso llegaba a copiar secuencias, obligado por el ritmo de trabajo excesivo impuesto por Bruguera. De hecho, el personaje del Botones Sacarino, creado en 1963, es una fusión de Gaston Lagaffe y Spirou –que también iba vestido de botones, recordemos–. Sus historias calcaban situaciones y gags de las historietas de Franquin, aprovechando que sus personajes no eran muy conocidos en la España de los sesenta. Otra consecuencia de esta “etapa afrancesada” de Ibáñez fue que adoptó el formato de la narración seriada que posteriormente podría ser recopilada en un álbum, frente a las historias de una o dos páginas que habían sido la norma hasta ahora. A este nuevo modelo responden algunas de las historias más recordadas de Mortadelo, como El sulfato atómico (1969) o Valor y… ¡al toro! (1970). 

También en los setenta apareció el que podemos considerar último gran dibujante infantil de Bruguera: Juan López Fernández, alias Jan. Con un estilo caricaturesco muy personal, Jan mezcló la aventura más pura con un inteligente humor en cómics como Don Talarico o Pulgarcito, pero sin duda su obra más famosa es Superlópez, que inició en 1973 como una parodia muda de Superman pero que pasó después al formato de aventura larga. Los primeros álbumes sofisticaban la propuesta inicial de sátira de los superhéroes con los guiones de Francisco Pérez Navarro, pero tras ellos Jan se hizo cargo también de la escritura y crea grandes clásicos del cómic de humor español, como La caja de Pandora, Los cabecicubos o La gran superproducción. Poco a poco, la libertad creativa que va conquistando le permite tratar temas sociales y políticos, y Superlópez se convierte en el único personaje de Bruguera junto con los de Ibáñez que sobrevive hasta la actualidad. 

Al mismo tiempo que esto sucedía, surgía un nuevo fenómeno editorial: las agencias de autores, que funcionaban como intermediarias entre editoriales extranjeras y autores españoles. La más famosa fue la que dirigía Josep Toutain, Selecciones Ilustradas, en activo desde finales de los cincuenta y que en las dos décadas siguientes se convirtió en un gigante para el que trabajaban decenas de autores. Las páginas de los cómics de editoriales como la británica Fleetway y la estadounidense Warren se llenaron de los dibujos de toda una generación de españoles, que entraban así en contacto con un concepto de la historieta muy diferente al que conocían en España, más adulto, y con una factura realista mucho más cuidada. Uno de los mejores ejemplos fue Pura Campos, autora de la popular Esther y su mundo, publicada en revistas inglesas con enorme éxito durante casi dos décadas. 

Este fenómeno, sumado a la relativa apertura que significó la transición política, y a que ya iba siendo posible publicar y leer cómics extranjeros en la España del desarrollismo, provocó que en los setenta tuviera lugar lo que se ha dado en llamar el boom del cómic adulto. 

El cómic adulto llegaba tarde a España, pero llegaba. La influencia de revistas francesas como Pilote, Metal Hurlant o Fluide Glacial animó el mundo del cómic español. Muchos autores tomarán conciencia de su condición de verdaderos artistas, y asumirán una nueva forma de hacer cómic, más libre, alejada del férreo modelo industrial donde la intención del autor o las cuestiones artísticas no tienen importancia alguna, y el tebeo es un entretenimiento barato producido en cadena. Estos trabajos personales, a menudo realizados al mismo tiempo que se compaginaban con el trabajo de agencia para el extranjero, se empezaron a publicar en revistas como Dossier Negro (1968), Trinca (1970) y posteriormente las versiones españolas de las revistas de la Warren estadounidense. El terror, la ciencia ficción y el erotismo fueron los géneros estrella, al igual que el dibujo de corte realista, incluso con abundante referencia fotográfica, si bien muchos autores se lanzaron a una experimentación gráfica bastante radical para la época. 

El pionero de todo este movimiento quizás sea Enric Sió, que ya en 1968 estaba publicando Sorang, un cómic experimental con un uso revolucionario del color. En 1970 comenzó a serializar otra de sus creaciones más célebres, Mara. Posteriormente se marchó a vivir a Italia, pero su trabajo fue publicado y reconocido en las principales revistas europeas. 

Esteban Maroto fue otro gran dibujante realista que triunfó en Estados Unidos, y que se especializó en cómics de fantasía. Su obra personal más interesante fue Cinco por infinito. Acabó dedicándose a la ilustración, aunque recientemente ha realizado algunos trabajos de encargo para DC Comics. 

Como Maroto, Josep María Beá (Historias de la taberna galáctica) y Alfonso Font (Cuentos de un futuro imperfecto) se habían curtido como autores en Selecciones Ilustradas y sólo a finales de los setenta y comienzos de los ochenta empezaron a publicar sus series más personales en revistas españolas. 

Y hemos dejado para el final al autor no sólo más importante de este grupo, sino a uno de los más grandes del cómic español de todos los tiempos: Carlos Giménez. Empezó su carrera profesional en los sesenta con series de géneros juveniles, concretamente un western, Gringo, y un serial de ciencia ficción, Dani Futuro, con guiones de Víctor Mora, creador del Capitán Trueno. 

La postura de Giménez con respeto a su profesión era muy adelantada a su época. Reivindicó la devolución de los originales y el respeto a los derechos de autor, lo que le llevó siempre a intentar proyectos propios, a los que pronto dará más importancia que a los meros trabajos de encargo por agencia. Ciertas historias breves, como sus adaptaciones de El miserere de Bécquer o El extraño caso del señor Valdemar de Poe son obra de un autor con conciencia de serlo, y con un afán experimentador inusitado. Su fuerte compromiso político con la democracia lo llevó a realizar una serie para la revista satírica El Papus junto con Ivá, el creador de Makinavaja, el último chorizo, en la que ambos denuncian las irregularidades de la transición, la represión policial en las calles, las agresiones de la ultraderecha o las actuaciones de los políticos en el poder. Recopilada muchos años después con el nombre de España una, grande y libre, esta serie supone un documento increíblemente valioso y crítico de la época que la vio nacer, y demuestra el poder del cómic como difusor de ideas. 

También en las revistas satíricas, en 1975, empezó a seriarse la obra maestra de Giménez: Paracuellos. En ella, adelantándose a la recuperación de la memoria histórica y al cultivo de la autobiografía en el cómic, narra sus vivencias como niño interno en varios colegios del Auxilio Social, donde lidió con el hambre y la represión asfixiante de una educación franquista despiadada. La crudeza con la que Giménez contó esas historias sorprendió tanto en su momento que tras un infructuoso intento de publicación por entregas en revistas españolas la primera edición se hizo en Francia; ningún editor español confió en que algo así pudiera venderse. Las miradas terribles de sus niños, que, sin embargo, nunca dejaron de serlo y de disfrutar de su imaginación, fueron y son una de las imágenes más icónicas del cómic español. 

En la misma línea, Carlos Giménez comenzó otra serie en 1977, Barrio, que se convirtió en una continuación oficiosa de Paracuellos, al mostrar a un joven álter ego abandonando el internado y reintegrándose a la vida del Madrid de los años cincuenta. Se trata de una serie costumbrista, fiel retrato de su época, en la que Giménez vuelca sus recuerdos familiares. 

Es adelantarse un poco a los acontecimientos, pero vamos a dejar ya constancia aquí de la que está considerada la tercera gran obra de Giménez: Los profesionales. Publicada por entregas a partir de 1982 en la revista Rambla, supone el retrato generacional de un grupo de dibujantes que trabajaron en los cincuenta y sesenta en la Selecciones Ilustradas de Toutain, sus métodos de trabajo, sus anécdotas, su forma de vida… El humor de Giménez dota de una increíble humanidad a sus personajes, y la serie acaba siendo un magnífico testimonio de una época clave de la historia del cómic. 


Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 161 – 169.

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