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Nuevas estéticas en el manga

En Japón, durante los años ochenta vivirán un auténtico boom del shôjo y, sobre todo, del shônen manga. También será la década en la que se consagre definitivamente el matrimonio manga/anime, iniciado tiempo atrás: ahora, prácticamente todas las series de éxito serán adaptadas a la animación, lo que permitió, a la larga, que el cómic japonés penetrara en el mundo occidental a través de la televisión durante los años noventa. Son series, por regla general, cuyos autores desarrollan estilos más diferenciados entre sí de lo que hasta ahora venía siendo habitual, quizás porque la alargada sombra de Tezuka ya no pesaba tanto sobre esta nueva generación de mangakas jóvenes, a pesar de que seguía siendo uno de los ídolos de todos ellos.

La avalancha de series que vieron la luz durante estos años en las revistas más exitosas es tal que difícilmente podríamos dar cuenta de todas ellas aquí, ni siquiera de las mejores. Por eso vamos a intentar recordar las más influyentes de ellas, y las que más éxito tuvieron fuera de sus fronteras. 

Uno de los subgéneros que más creció en esta década fue el deportivo. Por supuesto, ya había habido varios ejemplos en épocas anteriores, especialmente sobre béisbol, deporte muy popular en Japón y que tiene en Touch (1984) de Mitsuru Adachi su mejor exponente, a pesar de que los avatares deportivos están aquí muy vinculados a un adolescente triángulo amoroso. Pero sin duda la serie deportiva más importante fue la mítica Captain Tsubasa (conocida en España como Campeones u Oliver y Benji). Publicada en la Shônen Jump a partir de 1981, este manga de Yoichi Takahashi cuenta la historia del niño Tsubasa Ozora, un genio del fútbol destinado a ser el mejor jugador del mundo, enfrentado en épicos campeonatos nacionales a otros ases del balón. La serie original terminó en 1988, aunque desde entonces Takahashi ha publicado muchas más que siguen contando la saga de Tsubasa y sus compañeros de equipo, jugando partidos con la selección nacional y militando en las ligas más importantes del mundo. La serie fue un bombazo absoluto, cuya popularidad fue esencial para que el fútbol, un deporte que era casi completamente desconocido en Japón, se convirtiera en uno de los favoritos.  

Y ya que estamos con Takahashi, hablemos de una tocaya suya: Rumiko Takahashi. Quizás la mujer mangaka más exitosa de los últimos treinta años, su primera serie de éxito fue Maison Ikkoku (cuyo anime fue conocido en España por su traducción francesa, Juliette, Je T’aime). A pesar de ser un shônen, la serie era un drama romántico con cierto aire de comedia, que luego se disparará en su serie más divertida y conocida: Ranma ½. En ella cuenta las aventuras de Ranma Saotome, un muchacho experto en artes marciales que cayó accidentalmente en un pozo mágico, a consecuencia de lo cual cada vez que se moja se transforma en una chica. Su propio padre tiene el mismo problema, aunque en su caso se convierte en un enorme oso panda. A ratos comedia romántica y a ratos épica historia de luchas fantásticas, el toque erótico, el sentido del humor y los imposibles equívocos de Ranma ½ la convirtieron en un éxito. También lo fue fuera de Japón, a pesar de que su emisión puso en pie de guerra a varias asociaciones de padres que no veían con buenos ojos la tendencia al topless de Ranma. 

Pero si hubo una serie que provocó las iras de ciertos padres occidentales, esa fue Dragon Ball (Bola de Dragón), de Akira Toriyama. Toriyama ya había conocido el éxito con Dr. Slump, una serie de humor absurdo. Pero el fenómeno Dragon Ball superó con creces cualquier expectativa. Arrancó en 1984 en Shônen Jump como una versión libre del cuento popular chino del dios mono, aunque enseguida se convirtió en algo completamente diferente, una amalgama de mitos, figuras pop y diseños de alta tecnología que combinaba a la perfección los combates espectaculares con el humor. Con el tiempo, Son Goku, que así se llamaba el protagonista, se convertirá en adulto, y la serie se irá centrando progresivamente más y más en los interminables combates de proporciones cósmicas, así como en las transformaciones de Goku para incrementar cada vez más su poder. 

Toriyama bien puede ser el mangaka más influyente del mercado japonés tras Tezuka. Su sentido de la acción y su manera de mostrar los combates se convirtieron en referente ineludible para la avalancha de series de artes marciales que siguieron a Dragon Ball. El universo de la serie se ha explotado desde entonces en decenas de películas, videojuegos y artículos de colección. Y en España supuso un auténtico impacto. La emisión de la serie animada revolucionó a los chavales de comienzos de los noventa, que traficaban con fotocopias del manga y ansiaban su publicación oficial. Cuando esta llegó, de la mano de Planeta, supuso el arranque del primer gran boom del manga en ese país, que hasta entonces había limitado la edición de cómic japonés a unos pocos ejemplos anecdóticos.  

La siguiente serie en la que vamos a detenernos es precisamente una de las primeras y más relevantes descendientes de Dragon Ball. Se trata de Saint Seiya (Caballeros del Zodiaco), aparecida a partir de 1986 en las páginas de Shônen Jump, dibujada por Masami Kurumada. Era una serie fantástica en la que aparecían diferentes estirpes de “santos” o caballeros vinculados a las diferentes constelaciones y portadores de armaduras mágicas, que se enfrentaban en sangrientos combates que solían tener desenlaces fatales. La violencia de Saint Seiya superaba con creces la de cualquier otra serie anterior, hasta el punto de que su anime se emitió en varios países con ciertas escenas censuradas.  

Podríamos hablar de muchas más series, por supuesto: City Hunter de Tsukasa Hojo, o Bastard!! de Kazushi Hagiwara. Pero es el momento de pasar al manga para adultos, que prosiguió con su expansión iniciada en la década anterior.  

Una de las novedades fue la aparición de los lady’s comics, mangas dirigidos a mujeres adultas. Pero al margen de eso, la expansión del seinen se hace evidente al comprobar la gran cantidad de revistas dedicadas a él, de las cuales la más relevante fue la Young Magazine, aparecida en 1979. En sus páginas se serializaron algunos de los mangas enfocados a adultos jóvenes más importantes. Por ejemplo, Sazan Aizu (3x3 ojos) de Yuzo Takada, una serie de corte fantástico, o la ciberpunk Kokako Kidotai (Ghost in the shell) de Masamune Shirow. Pero el referente de esta revista es sin duda la monumental Akira (1982-1990) de Katsuhiro Otomo.  

Con un dibujo fuertemente inspirado en los autores europeos contemporáneos y perfeccionista hasta lo obsesivo, Otomo cuenta una historia postapocalíptica ambientada en Neo-Tokio y protagonizada por Kaneda, un pandillero motorista, y su amigo Tetsuo, a quien un experimento dota de increíbles poderes. El enfrentamiento entre ambos y la existencia de algo llamado “Akira” son los ejes de una serie hermética, compleja, que no siempre se descifra fácilmente pero cuyo atractivo visual es abrumador. La película, que se estrenó en 1988, con el manga aún inconcluso, cambia elementos sustanciales de la historia, pero, a pesar de ello, resultó una obra maestra en su campo, cuya animación impresiona incluso vista hoy en día. Akira fue fundamental para la penetración del manga y el anime tanto en Europa como en Estados Unidos. 

Por su parte, Tezuka e Ishinomori, dios y rey del manga respectivamente, demostraron su capacidad de adaptación a los tiempos y, en el ocaso de sus carreras, entregan dos de sus obras maestras. Ishinomori lo hace a partir de 1989 con su ambiciosa historia de Japón en cuarenta y ocho volúmenes. Tezuka serializa entre 1982 y 1985 Adolf, una de sus obras más adultas, un thriller histórico ambientado en la Segunda Guerra Mundial que construye su trama sobre tres personajes que tienen en común llamarse Adolf. Como no podía ser de otra forma, uno de ellos es el mismísimo Hitler. La historia gira en torno a unos documentos que supuestamente demuestran que Hitler es de origen judío, y, a través de los vaivenes propios de los relatos de espías, Tezuka construye una obra apasionante, en la que vuelca todo su talento y conocimiento del ser humano, y que supuso su última gran obra, ya que moriría cuatro años después de terminarla.

Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 235 – 243.

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