Cuando las luces se apagan, el salón queda en una oscuridad total. De repente, de la pared posterior surge el haz blanco que se proyecta sobre una pantalla en la que alcanza a verse la imagen de las puertas cerradas de la fábrica Lumiére en Lyon. Al inicio, los asistentes creen presenciar otra función de la 'linterna mágica'. Pero para su sorpresa -algunos temen estar alucinando- las puertas se abren y por ellas sale un nutrido grupo de mujeres, un perro callejero, un ciclista y un coche con dos caballos que se desplazan con absoluta naturalidad. Ante sus ojos está fluyendo la vida.
Las sorpresas de esa tarde no tienen fin y la función continúa con varias escenas más, cada una con un minuto de duración. Al mirar La plaza de los Cordeleros de Lyon una mujer salta de su asiento, pues teme que una carroza se salga de la pantalla y la atropelle. Una pareja se conmueve con La cena del bebé y los esfuerzos del matrimonio Lumiére para que su hijito acepte la papilla. Mientras El regador regado se convierte en víctima de su propia manguera, la audiencia rompe a carcajadas. La sesión concluye cuando el humo de la forja de Los herreros cubre de negro la pantalla. Las luces se encienden y los asistentes aplauden emocionados.
Contrariamente a lo que pensaba Louis Lumiére, el cine no fue un invento sin porvenir. A lo largo de más de un siglo, con el talento de miles de personas, prosperó como uno de los principales medios de expresión de la época moderna y se enriqueció con recursos tecnológicos y complejos esquemas narrativos. Pero aunque en ese lapso el público se familiarizó con imágenes en movimiento cada vez más sofisticadas y realistas, las reacciones de aquella tarde decimonónica anunciaron el significado del cine para todas las generaciones futuras.
En esa
función ya había surgido la magia del cine con todas sus paradojas: aislarnos
en el entorno enrarecido de una sala oscura para abrirnos una enorme ventana al
mundo externo, apoderarse de nuestra mirada y, en complicidad con un defecto
visual, regalarnos emociones. Hoy acudimos a las salas cinematográficas (o
presionamos el interruptor del DVD o de la plataforma de streaming) porque
conservamos la misma capacidad de sorprendernos que tenían aquellas 33 personas
cuyos nombres se borran en la historia. Como ellas, cuando las luces se apagan,
esperamos lo inesperado. Súbitamente, la vida vuelve a fluir ante nuestros ojos
y su ciclo recomienza.
Por Rafael Muñoz Saldaña en Conozca Más, “La historia del cine 1895 – 2008”, Ed. Televisa, p. 23
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