Los primeros pasos de la historieta en español

La historieta en los países del ámbito latinoamericano echa a andar de una manera pareja a la de Estados Unidos o España: en el ámbito de la prensa de fin del siglo XIX. Pronto esas primeras historietas de corte crítico y político saltan a las páginas de revistas infantiles y juveniles, que en algunos casos alcanzarán una tremenda popularidad.

Ese fue el caso de la revista mexicana Pepín (1936), cuya importancia fue tal que dio nombre a todos los cómics infantiles, que se denominarían pepines. En los años cuarenta se vivió una auténtica avalancha de revistas autóctonas que desplazaron a las publicaciones de material de Estados Unidos. Dichas revistas estaban realizadas, en su mayoría, por jóvenes autores que trabajaban en equipos amplios que diluían el concepto de autoría por completo. 

Sin embargo, sí hay algunos ejemplos de autores exitosos y que consiguieron asociar su firma a sus creaciones. El ejemplo más importante es el exquisito dibujante Germán Butze y su serie Los Supersabios, que realizó desde 1936 en las páginas de la revista Chamaco. Sus historias estaban protagonizadas por dos niños inventores, Paco y Pepe, y su amigo Panza. La serie combinaba las aventuras fantásticas que los experimentos de los dos genios provocaban con un costumbrismo teñido de humor para todos los públicos que no renuncia a cierta crítica social. 

Los orígenes de la historieta argentina están en la viñeta satírica de prensa –en publicaciones como El Mosquito, por ejemplo–, aunque en fechas muy tempranas empiezan a publicarse series que imitan exitosas Sundays estadounidenses, como Los sueños de Tito, remedo de Little Nemo in Slumberland. Poco a poco van apareciendo revistas orientadas al público infantil, como El Tony, pero la que marca un verdadero hito es Patoruzú, una revista de humor que debuta en 1936 de la mano de su creador, Dante Quinterno, que había librado en los años anteriores una batalla legal para que le reconocieran los derechos de autor sobre sus personajes. Patoruzú era también el nombre del personaje más popular de Quinterno, un cacique indígena de gran fuerza y buen corazón que vivía aventuras acompañado de secundarios como su hermano menor Upa o La Chacha, la mujer que se encargó de la crianza de Patoruzú. La fama del personaje fue inmensa y la revista vendía increíblemente bien. Quinterno, siguiendo el ejemplo de Walt Disney, licenció a sus personajes, que aparecieron en cortos de animación y todo tipo de objetos de merchandising. En 1945 apareció la revista Patoruzito, protagonizada en parte por la versión infantil del personaje. Pese a su popularidad, con la llegada de la historieta adulta a Argentina y sobre todo en los setenta, bajo la asfixia de la dictadura militar, Patoruzú será objeto de crítica política, que denunciaba el racismo inherente a la serie en la representación de los extranjeros. En 1976, el gobierno militar adoptó la imagen de Patoruzú como un símbolo nacional, lo cual alentó aún más las críticas. 

En cuanto a España, algunos de los pioneros de los últimos años del siglo XIX fueron Apeles Mestres, Atiza o Mecachis, todos ellos autores que publicaban sus viñetas en prensa adulta. En el siglo XX empiezan a aparecer páginas de historieta en diversas publicaciones infantiles. Dominguín (1915) está considerado por los historiadores como el primer tebeo español, aunque difícilmente pudo llamársele así, dado que el TBO no apareció hasta 1917. En ella en un principio no había demasiada historieta, pero eso fue cambiando poco a poco, hasta el punto de convertirse en una publicación tan importante cuyo nombre, por metonimia, pasó a denominar a todas las revistas de cómic. Bajo el mando de sus editores originales se mantuvo hasta 1983, pero, de un modo u otro, su historia se prolongó hasta 1998. Sería una locura intentar consignar aquí siquiera una parte de los centenares de autores que pasaron por sus páginas, pero vamos a mencionar, a modo puramente testimonial, «Los grandes inventos del TBO», sección creada por Nit en 1923 y popularizada por Ramón Sabatés en los sesenta, y «La familia Ulises» de Benejam, creada en 1944, una crónica costumbrista de la sociedad española. Junto a TBO convivieron una multitud de revistas publicadas por El Gato Negro, una editorial barcelonesa regentada por Juan Bruguera. De estas revistas, la más importante fue Pulgarcito. 

La Guerra Civil española trunca la buena progresión del cómic español. Durante la contienda, el bando nacional publicó cómics con una fuerte carga adoctrinante dirigidos a los niños. Por ejemplo, Flechas y Pelayos. Una vez la guerra hubo finalizado, los nuevos reglamentos de publicación controlaron severamente la edición de revistas infantiles, que no podían ser seriadas y debían renovar los permisos para cada número. El Gato Negro cambió su nombre al de Bruguera cuando los hijos de su fundador se hicieron cargo de ella, y sobrevivió como pudo hasta los años cuarenta, cuando se inicie una era dorada de la historieta infantil española. 


Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 51 – 55.

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