La BD de aventuras

En 1959 nace la revista Pilote, hito fundamental en la BD. Hasta ese momento, la historieta franco-belga se dirigía a un público casi exclusivamente infantil, y el código que regía sus contenidos desde 1949, similar al de la Comics Code estadounidense, no parecía que fuera a permitir que eso cambiase. Sin embargo, Pilote dio un paso adelante ofreciendo series que, si bien iban dirigidas principalmente a un público juvenil –que no infantil–, en un momento dado podían ser disfrutadas por adultos. En anteriores entradas se ha comentado de las series humorísticas que se publicaron en Pilote, sobre todo Astérix el galo, que debutó ahí, y otras que se trasladarían a ella posteriormente, como Lucky Luke y Aquiles Talón, pero ahora toca hablar de la verdadera revolución que Pilote supuso para el cómic de aventuras, que abandona la caricatura y los argumentos infantiles para entrar en una nueva época.

Y en esto tuvo mucho que ver Jean-Michel Charlier, guionista y hombre fuerte en Pilote junto con Goscinny. Charlier escribió varias series para la revista desde su primer número, con la intención de modernizar el género aventurero y dar una versión más adulta de la que ofrecían revistas como Le Journal de Spirou o Tintin. Una de las más exitosas fue Les aventures de Tanguy et Laverdure (Michel Tanguy en España), que contaba las aventuras de un par de pilotos de combate a los que les encargan arriesgadas misiones. La serie tuvo tanto éxito que Charlier acabó escribiendo veinticinco álbumes, primero con Albert Uderzo como dibujante, en un registro totalmente diferente al que empleaba en Astérix el galo, y después con Jijé, un dibujante belga de depurado estilo que se había adelantado a la aventura de corte realista con Jerry Spring, un western que realizaba para Le Journal de Spirou. 

Precisamente a este género pertenecía la otra gran serie de Charlier: Blueberry (1963), en la que contaba las andanzas de un teniente de caballería pendenciero pero íntegro, en el contexto histórico de la guerra de Secesión estadounidense. Es un western oscuro y sucio, crítico con los procesos históricos y de raíz europea, más emparentado con el spaguetti western que con las producciones estadounidenses de los cincuenta. El enorme éxito de Blueberry se debe en parte al carisma de su protagonista, uno de los grandes héroes del tebeo francés, y uno de los primeros en demostrar cierta ambigüedad. Pero la otra clave de ese éxito está en su magnífico dibujante: Jean Giraud, se trata de uno de los genios indiscutibles del cómic mundial, cuya influencia se percibe no sólo en la historieta, sino también en todas las artes visuales. Fue un artista con una clara conciencia autoral cuya búsqueda incansable de nuevos caminos lo llevó a reinventarse y convertirse en un autor de doble personalidad artística al adoptar la identidad de Moebius. Pero no es momento aún de hablar de Moebius: por entonces, Jean Giraud era sólo Gir, un discípulo adelantado de Jijé que había dibujado alguna historia de Jerry Spring y que se convirtió en una de las puntas de lanza de Pilote. 

Otro grande, aunque poco conocido a nivel mundial, fue Fred, autor de Philemon, una serie de tintes oníricos en la que experimentaba con el lenguaje del cómic en la línea de sus pioneros en la prensa. Fred fue una de las grandes influencias de la generación de la nouvelle BD de los noventa. 

Aunque por supuesto la historieta más infantil seguía teniendo vigencia, esta nueva tendencia se asentó en el mercado y se extendió a otras revistas, e incluso aparecieron otros cómics con un contenido aún más adulto. Ese fue el caso de Barbarella, creada por Jean Claude Forest en 1964 para la revista V Magazine. Con un público claramente adulto, Barbarella mezclaba aventuras de fantasía espacial con el erotismo de su “liberada” protagonista, en lo que se considera el más claro precursor del género fantaerótico. En 1968 se adaptó al cine, con Jane Fonda encarnando a Barbarella. 


Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 111 – 114.

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