En ese clima de libertad cupieron autores muy diferentes, venidos además de otros países, con lo que se rompía con la tradicional endogamia de la BD, centrada en el binomio Francia/Bélgica. En Metal Hurlant publicaron los estadounidenses Richard Corben y Bernie Wrightson, el italiano Milo Manara, el argentino Juan Giménez o el chileno nacionalizado francés Alejandro Jodorowsky.
Este último y Jean Giraud fueron dos de los autores principales de la publicación y los que de alguna manera marcarán su ritmo e influirán a autores más jóvenes. Jodorowsky, uno de los artistas más polifacéticos y controvertidos del siglo XX, vivió en París durante los años cincuenta, pasó después un largo período en México y volvió a Francia en 1974, e ingresó en el colectivo de Los Humanoides Asociados poco después de su fundación. Dramaturgo, escritor, marionetista, pintor y, ahora, guionista de cómics, Jodorowsky supuso un terremoto en la manera de afrontar la historieta. Desde su interés en el chamanismo, en el tarot, en los estados alterados de conciencia y en las tesis jungianas, cada tebeo suyo será una baldosa en un camino que pretende llegar hasta el autoconocimiento. Sus primeros cómics con Jean Giraud, ya transmutado en Moebius, son densos, extraños y llenos de símbolos, y supusieron una ruptura brutal con los cánones habituales en el género de aventuras, al dotarlo de un trasfondo inédito. Giraud, lector compulsivo de ciencia ficción, ve la ocasión perfecta para soltarse y dibujar con una libertad que no podría tener en El teniente Blueberry, sometido a estrictos códigos editoriales. Pero siendo Moebius puede depurar el trazo, experimentar con el color, y jugar con los espacios y con las reglas de la perspectiva. Así se convierte en uno de los más influyentes artistas de su tiempo: Blade Runner o Alien jamás habrían sido lo que fueron sin él.
Moebius publica, entre otras, The Long Tomorrow (1975) con guion de Dan O’Bannon, y la pentalogía de Arzach. Su obra en solitario más recordada puede ser Le garage hermétique (El garaje hermético), de 1979. Con Jodorowsky publicó primero una historia corta experimental, Les yeux du chat (Los ojos del gato), y después una larga saga, L’incal (El incal), que cubre toda la década de los ochenta y que cuenta la historia del detective John Difool y sus viajes a un mundo fantástico donde se enfrenta a extraños personajes. De aquella saga deriva otra, La Caste des Méta-Barons (La casta de los Metabarones), que bajo la influencia del Dune de Frank Herbert narra las crónicas de diferentes generaciones de una estirpe de guerreros. Esta saga se publica ya en los años noventa, y sin Moebius en la parte gráfica, de la que se encargan diferentes artistas.
La influencia de Metal Hurlant fue enorme. Contribuyó de manera decisiva a un boom de la ciencia ficción sin precedentes, que encontraba en el cómic su hábitat perfecto, por la capacidad de mostrar cualquier ambiente o “efecto especial” sin barrera alguna. En 1977 se empezó a publicar en Estados Unidos Heavy Metal, la versión estadounidense de la cabecera francesa. España fue uno de los mercados más influidos por su estilo oscuro y experimental. Autores como Alfonso Font, Josep María Beá o Esteban Maroto realizaron trabajos en esa línea durante los ochenta.
Al año siguiente de la fundación de Metal Hurlant, en 1975, apareció otra revista de gran importancia para el mercado franco-belga: Fluide Glacial. Su máximo impulsor y figura más visible es Gotlib, un autor humorístico que orientó la revista a este campo y buscó un público adulto, aunque partiendo de los estilos clásicos de Pilote y Tintin. Por sus páginas han ido pasando varios de los más importantes autores franco-belgas, como Franquin, Moebius, Alexis o, en fechas recientes, Manu Larcenet. Incluso publicó en ella uno de los grandes autores españoles, Carlos Giménez.
Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 144 – 149.
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