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Nuevos aires en Latinoamérica

La historieta argentina declinaba poco a poco. Los años setenta serán años de cierre de revistas y un drástico descenso de ventas. Muchos autores emigran al mercado europeo, donde entonces la historieta adulta vivía una edad de oro. Se publicaron las últimas obras de Oesterheld antes de su asesinato por parte de la dictadura, y comenzaron a publicar nuevos autores, los más reseñables de los cuales fueron Horacio Altuna y Carlos Trillo, dibujante y guionista respectivamente, que colaboraron entre sí y con otros para dar algunas de las obras más interesantes de la época: Las puertitas del señor López, por ejemplo. También comenzó a dibujar Enrique Breccia, el hijo de El Viejo, que junto con Trillo publicó Alvar Mayor, una serie de historias cortas protagonizadas por un aventurero en la América recién conquistada por los españoles, que se somete a una mirada muy crítica por parte de sus autores.

Robin Wood fue otro importante –y prolífico– guionista que trabajó dentro de los parámetros de los géneros clásicos, y que publicó su trabajo en revistas como D’artagnan o Intervalo. Su primer colaborador fue el dibujante Lucho Olivera, con quien creó Aquí la retirada o Nippur de Lagash. También trabajó con Enrique Breccia en Ibáñez. Wood fue un nombre muy presente en la historieta argentina hasta el declive definitivo de las revistas en los noventa. 

En 1984 aparece la revista de historieta Fierro, dirigida por Juan Sasturáin. Se trata de una cabecera ambiciosa, que en buena medida puede considerarse el equivalente argentino de Cimoc o Metal Hurlant, tanto por su visión artística del medio como por su orientación definitiva a un público adulto. En sus páginas publicaron Horacio Altuna o Enrique Breccia, pero también publicaron páginas del francés Moebius. Y aparecen autores que vamos a mencionar por primera vez en estas páginas, el dibujante, Carlos Nine, de estilo rupturista y muy personal, y el guionista Carlos Sampayo. Sampayo formó durante muchos años pareja artística con José Muñoz, ya en los setenta, y juntos fueron probablemente los autores argentinos de más éxito en el mercado internacional de los setenta y ochenta. Su serie policiaca, Alack Sinner, se publicó desde 1975 en Italia y Francia, y poco después también apareció en las páginas de Fierro. 

La fuerza que Fierro y alguna otra cabecera quisieron insuflar a la historieta argentina no fue suficiente. Muchos de sus mejores autores, como Muñoz y Sampayo o Nine, estaban publicando en Europa, y el público pareció darle la espalda a las revistas, que fueron muriendo una a una. En 1992, tras cien números, Fierro cerraba sus puertas. Afortunadamente, el propio Sasturáin, su primer director, la recuperará en 2006. 

En el mercado mexicano, con Editorial Novaro como gran dominadora del mercado y la revista de historieta popular convertida en el formato por antonomasia, aún quedaba espacio para un par de sorpresas. 

La primera fue la irrupción de Rius, seudónimo de Eduardo del Río, un autor clave en la historieta de México. Su serie más conocida fue Los Supermachos –que aludía a los otros dos maestros mexicanos, Butze y Vargas–. Con ella, la crítica política irrumpía en el cómic. Rius era un autor de izquierdas, comprometido socialmente y siempre decidido a denunciar las injusticias y las malas decisiones del poder, lo que le ocasionó no pocos problemas legales. En Los Supermachos ensayó un humor adulto con el que escenificaba las cuestiones sociales del país en un imaginario pueblo, San Garabato. Tras cien entregas de la serie, Rius se encontró con la oposición de su editor, Octavio Colmenares, de Meridiano, a finalizarla. El resultado fue que Rius perdió los derechos sobre su creación, que quedó en manos de la editorial, que encargó nuevas entregas a otros autores que carecían del aguijón de su creador. 

Tras esto, Rius creó en 1968 una nueva cabecera en otra editorial: Los agachados. Fue diferente a Los Supermachos, sin personajes fijos, con secciones diversas e historietas expositivas y didácticas, que versaban desde el punto de vista crítico y de izquierdas de Rius sobre el pasado y el presente del país y sus problemas. Pura ideología en viñetas. 

El otro fenómeno editorial de la época no podía estar más alejado de las historietas de Rius. Hablamos de la serie de Kalimán, la respuesta autóctona a los exitosos superhéroes de Estados Unidos. Kalimán, ataviado con su traje blanco y su turbante, es descendiente de la diosa Kali y cuenta con un nutrido abanico de poderes mentales, fruto de su herencia y de su estancia en el Tíbet, y está decidido a luchar contra la injusticia por todo el mundo. El personaje nació en un serial radiofónico en 1963, y salta a los tebeos dos años más tarde. Los autores de los mismos siempre fueron anónimos, y crearon historias llenas de épica y fantasía folletinesca, en la que se fagocitaban sin rubor conceptos ajenos: aparecieron incluso varios personajes de Marvel, por supuesto sin contar con los derechos pertinentes. La serie tuvo un enorme éxito: se publicó durante veintiséis años y se exportó a otros países latinos, que incluso contaron en algunos casos con ediciones propias, como Colombia.

Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 155 – 160.

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