El cómic – book en los setentas. Superhéroes y nuevos géneros

Cuando comenzó la década de los setenta, los superhéroes se habían convertido en los dueños y señores de la industria estadounidense del comic-book. La explosión que supuso el inicio de la Silver Age en DC Comics y la posterior Era Marvel habían ocasionado que el resto de los géneros quedaran reducidos a meras anécdotas. Los superhéroes, con sus maravillosos poderes y sus trajes de colores, habían cautivado la atención de los lectores, que, para entonces, ya no eran únicamente niños, sino que también se contaban entre ellos adolescentes y universitarios que se habían iniciado en su afición en la década anterior.

Marvel había crecido durante los sesenta a un ritmo vertiginoso, tanto que en la nueva década ya estaba en condiciones de disputarle a DC el trono como editorial con más ventas en el país. Tanto una como otra se sometieron a un proceso de rejuvenecimiento que conllevó que nuevos autores, surgidos de ese fandom del que se mencionó previamente, comenzaran a trabajar en sus series. Nombres como Roy Thomas, Steve Englehart, Dennis O’Neil, Gerry Conway, Cary Bates o Steve Gerber respondían al mismo patrón: eran guionistas jóvenes, que conocían en profundidad a los personajes y sus historias, y que los amaban como aficionados. En un principio casi todos siguieron el estilo imperante, pero poco a poco comenzaron a hacer valer su juventud y su talento, y modernizaron a los principales iconos de Marvel y DC. Sabían lo que quería el público porque eran parte de él, y, sin ellos, no estamos muy seguros de que hoy siguieran vigentes estos personajes. 

Conscientes de que la edad media del público era mayor que en los sesenta, los nuevos guionistas escribían tramas más maduras –para los estándares del género– y se atrevieron a tratar temas controvertidos, como la muerte, la enfermedad, el racismo, la corrupción política, la guerra de Vietnam… y las drogas, aunque paradójicamente su primera aparición se le debe a Stan Lee y Gil Kane, en tres números de la serie The Amazing Spider-Man, donde Harry Osborn, el mejor amigo de Peter Parker, caía en las garras del LSD. La Comics Code Authority se negó a aprobar esos tebeos, pese a lo que Lee decidió que se distribuyeran. La buena acogida que tuvieron motivó que el órgano censor suavizara sus cánones y permitiera en adelante la aparición de drogas en los cómics, siempre que fuera con afán educativo. 

Sería imposible mencionar todas las series que se publicaron en esta época de gran expansión, pero es necesario detenerse en algunos autores muy significativos y de incuestionable importancia histórica. 

Tal fue el caso de Jim Steranko, que en los años finales de la década de los sesenta se lanzó a la experimentación gráfica más radical en la serie de Nick Fury: Agent of SHIELD (Nick Furia: Agente de SHIELD). Neal Adams fue un dibujante que con su estilo detallista y elegante se convirtió en una de las influencias más poderosas del medio, tanto en Marvel, con Avengers o X-Men, como en DC con Green Lantern/Green Arrow (Linterna Verde/Flecha Verde) y Detective Comics, serie, recordemos, protagonizada por Batman. Igual de interesante fue la disimulada visión crítica del presidente Nixon que Steven Englehart dio en su etapa en Captain America, antes de que el escándalo Watergate se destapara en la realidad. El joven Jim Starlin se embarcó como autor completo en una odisea cósmica de tintes lisérgicos con la saga de Warlock y Thanos. Cary Bates y el veterano Curt Swan, por su parte, fueron los principales artífices de la puesta al día de los títulos dedicados a Superman. 

Curiosamente, algunas de las series más llamativas y pintorescas de DC Comics fueron las que realizaron dos de los puntales del boom de Marvel en los sesenta: Steve Ditko y Jack Kirby. El primero creó series como la efímera Hawk & Dove (Halcón y Paloma) o The Creeper, mientras que el segundo lanzó toda una panoplia de títulos englobados bajo el nombre de Jack Kirby’s Fourth World (El Cuarto Mundo de Jack Kirby), donde dio rienda suelta a toda su desbordante imaginación y creó decenas de personajes y conceptos poderosamente influidos por las teorías de Erich von Däniken. 

En Marvel ya hemos dicho que los jóvenes guionistas que se fueron incorporando para cubrir el hueco de un Stan Lee cada vez más centrado en su labor como editor dotaron de nuevas perspectivas a los héroes clásicos. Tal fue el caso de Gerry Conway en The Amazing Spider-Man, donde añade a las aventuras del arácnido un tono de drama y comedia adolescente muy interesante, y se atreve, en su búsqueda de verosimilitud, incluso a matar a la novia del héroe, Gwen Stacy. Por su parte, un jovencísimo Steve Gerber creaba a Howard el Pato, un personaje insólito, protagonista de una serie humorística en la que tenía cabida la crítica social más ácida que podía encontrarse en un comic-book de la época. 

Pero si hay que detenerse con más calma en una serie, esa es X-Men. En los primeros años de la década, la serie se limitaba a reeditar números antiguos de lo que en su momento fue una serie secundaria creada por Lee y Kirby, que pese a su funcionamiento rutinario tenía en sus páginas un gran concepto: los mutantes, temidos y odiados por la humanidad por ser el siguiente paso de la evolución destinado a desbancarnos. Las bajas ventas habían hecho que Stan Lee decidiera dejar de producir nuevo material, y, de hecho, se estaba planteando dar carpetazo definitivo a la cabecera. Pero finalmente se le dio una oportunidad en forma de relanzamiento, a manos del guionista Len Wein y el dibujante Dave Cockrum. En el número especial X-Men Giant Size, ambos crean un grupo de mutantes completamente nuevo. De los antiguos X-Men sólo quedará Cíclope. El resto, o bien son villanos reformados como Banshee y Fuego Solar, personajes de nuevo cuño como Rondador Nocturno, Tormenta y Coloso, o un secundario que había aparecido en la serie de Hulk: Lobezno. Tras el éxito de ese primer especial se reactivó la serie regular, ya con Chris Claremont como guionista. Primero con Cockrum y después y sobre todo con el joven dibujante canadiense John Byrne, creó el canon que rigió la mayor parte de las series de superhéroes durante un par de décadas. X-Men era un carrusel de aventuras imparable, que llevó a los protagonistas a todos los rincones del universo Marvel. Pero, además, Claremont desarrolló a sus personajes de una manera hasta ahora nunca vista, más compleja y dramática. Sus superhéroes, más que nunca, eran humanos. La serie en muchos aspectos era prácticamente un culebrón donde los lectores estaban mucho más interesados en el desarrollo de esos personajes que en las aventuras que vivían. Destacaban especialmente sus mujeres: fuertes, con carácter, con dotes de líder, poderosas. Tormenta y la recuperada Jean Grey, convertida en huésped de una entidad cósmica todopoderosa, el Fénix, fueron ejemplo de ello. 

La gran estrella del título fue el misterioso y agresivo Lobezno –Wolverine en el idioma original–. Canadiense como Byrne, el personaje se convirtió en el favorito de los lectores por su condición de antihéroe, su pasado lleno de sombras y su fuerte carácter, siempre en choque con el del calmado líder, Cíclope. A pesar de no ser creación suya, Claremont lo dotó de casi todos los rasgos que han hecho de él uno de los personajes más reconocibles de Marvel; de hecho, puede decirse que Lobezno es el último gran icono de la editorial. 

Claremont estaría casi quince años al frente de la serie, pero su mejor etapa concluye con la marcha de John Byrne a comienzos de los ochenta. Su última gran saga, La muerte de Fénix Oscura, explora el poder absoluto y la corrupción que conlleva en la persona de Jean Grey, que ante la imposibilidad de controlar su inmenso poder, elige sacrificarse por el bien del universo y de las personas que ama. Era el primer suicidio que se mostraba en un comic-book de superhéroes. 

Al margen de este género, durante la década de los setenta renacieron, tímidamente en la mayoría de los casos, algunos otros que se habían extinguido años atrás. Fue el caso de los cómics del oeste, los románticos, los bélicos y, especialmente, los de terror, el único género que, en realidad, tuvo cierta solidez. Este resurgimiento fue posible por la relajación de las normas de la Comics Code Authority, que permitía una violencia un poco más explícita que antes y abría de nuevo la puerta a los monstruos clásicos del horror, como vampiros y hombres lobo. 

Desde 1964, una editorial relativamente pequeña como Warren pudo recoger la antorcha de las series de terror de los años cincuenta en cabeceras como Creepy, un magazine de gran éxito que en su mejor momento llegó a vender tres millones de ejemplares en todo el mercado anglosajón. Publicaba la famosa Vampirella, icono sexual de su tiempo que llegó a dibujar el español José González. Las historias dibujadas por el barroco Bernie Wrightson fueron de las más populares de la revista. Pero ahora, Marvel y DC se animarán a publicar comic-books de terror. En la primera destacó Tomb of Dracula (La tumba de Drácula), con guion de Marv Wolfman y dibujo de Gene Colan, una puesta al día del mito del vampiro de extraordinaria calidad, donde debutó el cazavampiros Blade, que décadas más tardes saltaría al cine en una trilogía protagonizada por Wesley Snipes. Hubo, además, series dedicadas a otros monstruos: Werewolf by Night, Monster of Frankenstein o Tales of the Zombie. Además, se editaron series de carácter antológico donde se adaptaban relatos clásicos de terror de autores como H. P. Lovecraft. Por su parte, DC Comics lanzó, bajo la batuta del editor Joe Orlando, House of Mistery y House of Secrets. Orlando había trabajado en E. C. Comics y trasladó con éxito su estilo a los nuevos tiempos, con historias que, aunque se ajustaban a la Comics Code, tenían interés. 

Pero no todos los géneros que acompañaron a los superhéroes provenían del pasado del cómic. El fenómeno editorial más importante al margen de las capas y las máscaras fue nuevo: la espada y brujería. Todo comienza con Roy Thomas, quien en 1970 ya era el guionista más prolífico de la editorial. Thomas entra en contacto con las novelas escritas por Robert E. Howard, que estaban siendo reeditadas entonces con muy buenas ventas, y le pareció que aquel material tendría mucho potencial en el cómic. Consiguió que sus jefes compraran los derechos de los personajes de Howard y el resto es historia: en octubre de 1970 aparecía el primer número de Conan the Barbarian (Conan el bárbaro). El personaje se convierte en uno de los preferidos por los aficionados y en todo un éxito de ventas. Lo tenía todo para ello: un bárbaro huraño y duro, deambulando por un mundo salvaje y brutal, enfrentado a ejércitos, monstruos y magos. Quizás fue porque apareció en un momento propicio: El Señor de los Anillos estaba viviendo su época de mayor popularidad, estaban empezando a aparecer los juegos de rol, y la música rock se llenaba de referencias a la fantasía y a la Edad Media. En ese caldo de cultivo de la cultura popular, Conan creció como uno de los valores fijos de Marvel, y no sólo en Estados Unidos; en España, Conan el bárbaro fue durante mucho tiempo la serie más vendida de Comics Forum, una de las editoras de Marvel en tierras ibéricas, desde que apareció en los años ochenta. 

Acompañando los guiones de Roy Thomas, hubo varios dibujantes que cimentaron el éxito de la serie y le dieron al héroe su aspecto definitivo. Barry Windsor-Smith fue uno de los mejores, pero el más importante es sin duda John Buscema. Antes de dibujar al bárbaro cimerio, ya había demostrado su valía en series de superhéroes como Avengers, pero siempre tuvo una espina clavada: no le gustaban los héroes disfrazados en absoluto. Buscema se consideraba a sí mismo un artesano, e intentaba hacer su trabajo lo mejor posible, pero no le interesaba personalmente lo que estaba haciendo. Conan the Barbarian le dio la oportunidad de dibujar un material más a tono con sus gustos, y emular a su ídolo Harold Foster dibujando ambientes medievales y luchas a caballo. Buscema le da a Conan su aspecto definitivo, un hombre fuerte y compacto, de rostro sombrío y cabello negro, vestido con un taparrabos de piel y una espada siempre en la mano. 

El éxito de Conan motivó la aparición de otras series protagonizadas por personajes de Howard: Kull the Conqueror (Kull el conquistador) o Solomon Kane. Algunas editoriales intentaron replicar el fenómeno con bárbaros apócrifos, o con otros personajes de literatura fantástica ya existentes, como el Elric de Melniboné de Michael Moorcock. Sin embargo, una vez pasado el boom del género, sólo Conan se mantuvo en el mercado con regularidad. Su fama siguió creciendo, tanto que se lanzaron nuevas series, como el magazine Savage Sword of Conan (La espada salvaje de Conan), en blanco y negro y, al no estar sometido a la Comics Code Authority, con mayores dosis de violencia y desnudos.

Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 176 – 187.

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