Los primeros autores alternativos

Tras la debacle del underground, podría cometerse el error de pensar que el cómic estadounidense se vio reducido, de nuevo, a su vertiente más comercial. Pero, en realidad, el underground había plantado una semilla que no tardó en germinar. A partir de finales de los setenta, siguiendo su ejemplo, comenzaron a surgir multitud de autores que vieron en la autoedición una vía válida para dibujar cómics al margen de las exigencias o la censura de la industria. Amparados y protegidos por nuevas editoriales, como la Fantagraphics de Kim Thompson y Gary Groth –conocidos por ser también los editores de The Comic Journal, una de las mejores revistas estadounidenses sobre cómics–, o First Comics, estos autores van a configurar lo que se ha llamado cómic independiente o alternativo. Estos jóvenes adoptaron el formato del comic-book en blanco y negro, por supuesto por una cuestión económica y de distribución, pero también porque, simplemente, así había sido todo el cómic que ellos habían conocido.

Uno de los pioneros de este nuevo cómic alternativo fue Love and Rockets. Nace por iniciativa de los hermanos Hernandez: Gilbert, alias “Beto”, Jaime y en menor medida Mario. Estos tres hermanos californianos de origen hispano comienzan a autoeditarse en 1981 su propio fanzine, para pasar al año siguiente a ser publicados de modo profesional por Fantagraphics. Love and Rockets es un comic-book editado a imagen y semejanza de los que había entonces en el mercado, que funcionaba como una antología de los trabajos de los Hernandez. Constó de cincuenta números publicados entre 1981 y 1996, aunque recientemente han resucitado la cabecera. Influido tanto por el underground como por los cómics de la Marvel o incluso de Archie Comics, las historietas de Gilberto y Jaime sirvieron de modelo para muchos autores que vieron abierta una puerta a una nueva manera de hacer y publicar tebeos. 

Cada uno de los dos hermanos que fueron autores principales de Love and Rockets desarrolló su propia saga durante años, acumulando cientos de páginas que construyen relatos impresionantes. 

Comencemos con Beto. Su saga, Palomar, narra las historias de los habitantes de un imaginario pueblo fronterizo de México que parece estar al margen de la vida moderna. Se ha emparentado muy acertadamente Palomar con el realismo mágico de escritores como Gabriel García Márquez o Juan Rulfo, con los que guarda no pocos puntos en común en su tono narrativo y en su ambientación, así como en el protagonismo coral y la existencia de elementos fantásticos integrados en la vida cotidiana de Palomar con total naturalidad. Beto adopta una estructura totalmente libre que le permite saltar en el tiempo hacia delante y hacia atrás para ir contando pequeños relatos de sus personajes, completando así el gigantesco cuadro de Palomar. Entre sus protagonistas destacan las mujeres, a las que dota de personalidades complejas y caracteres fuertes, que a menudo se imponen a los habitantes varones de Palomar. 

La saga desarrollada por Jaime Hernandez se conoce como Locas –en español en el original–. Aún inconclusa, como Palomar, Locas también cuenta con un protagonismo coral, pero la ambientación es radicalmente distinta. Locas nace como una curiosa mezcla entre ciencia ficción, superhéroes y lucha libre que enseguida se convierte en un slice of life que se centra en las vidas de sus personajes por encima de las peripecias o aventuras. Jaime ambienta la mayoría de sus historias en la costa californiana, en plena escena del postpunk de los ochenta, a pesar de ciertos elementos futuristas al principio de la saga. Otro punto en común con los cómics de su hermano es la abundancia de personajes femeninos. Sobre todo la pareja formada por Hopey Glass y Maggie Chascarrillo: son mujeres reales y tridimensionales, como no eran fáciles de encontrar en el cómic comercial del momento. 

Tanto Palomar como Locas han ido recopilándose en tomos publicados por la editorial Fantagraphics, y ambos autores siguen a día de hoy publicando historias ambientadas en sus particulares universos. 

Esta corriente que entronca directamente con el underground y que busca crear cómics adultos tuvo varios autores de calidad. Uno de ellos es Art Spiegelman, uno de los estertores del movimiento underground, cuando se ocupó junto con Bill Griffith de Arcade. Con aquella revista intentaron, sin éxito, albergar la rama más artística y seria de un movimiento que consideraban que estaba perdiéndose en el sexo y la violencia, en la provocación por la provocación. Retomando esas intenciones, publicó durante toda la década de los ochenta, junto con Françoise Mouly, RAW, una nueva revista en la que intentaron dar cabida a propuestas formalmente revolucionarias y, al mismo tiempo, abrir sus páginas a colaboradores de todo el mundo, para darle un carácter internacional. Pasaron por sus páginas Mariscal (España), Muñoz y Sampayo (Argentina), Tsuge (Japón) o Joost Swarte (Países Bajos), además de los estadounidenses Charles Burns, Ben Katchor, Chris Ware o Gary Panter, entre otros. Publicada hasta 1991, RAW fue un excelente muestrario del cómic más vanguardista, el que, desde presupuestos totalmente alejados del tebeo comercial, experimentaba con el lenguaje del medio sin complejos. En sus páginas, además, Spiegelman publicó por entregas uno de los cómics más importantes de la historia: Maus. 

Inspirado en los cómics underground que se centraban en los aspectos más cotidianos y realistas, sobre todo el Binky Brown de Justin Green, Spiegelman contó la experiencia de su padre en los campos de concentración nazis, a través de un recurso típicamente historietístico: los funny animals. En Maus, los judíos son ratones y los nazis gatos. La obra levantó cierto revuelo, porque se entendió que banalizaba el holocausto, que era un tema demasiado serio para los cómics. Pero Spiegelman, lejos de frivolizar, se toma su obra tan en serio que tarda catorce años en completarla. Su labor de documentación y los dilemas artísticos tuvieron la culpa. Serializada primero en RAW, la primera parte apareció en libro en 1986, y la segunda en 1991. El impacto de Maus fue enorme, tanto dentro como fuera de las fronteras del cómic. Dentro, demostró definitivamente que cualquier historia podía ser contada en viñetas. La dura historia de Vladek, padre de Art, se entremezclaba con la difícil relación entre padre e hijo y con las reflexiones y dudas del autor respecto a su propio trabajo. Nunca antes había aparecido un cómic tan complejo. Decenas de autores independientes comprendieron gracias a Maus que realmente era posible implicarse en un cómic tanto como en cualquier otra obra artística, y que, además, este podía plantearse en forma de libro, con una estructura cerrada e independiente de las demás obras. Y fuera del medio, demostró al público el auténtico potencial del cómic. El reconocimiento del Pulitzer que se le concedió en 1992 en la categoría de premio especial a las letras no hizo sino corroborar esto. Por todo ello, Maus no sólo puede considerarse una de las obras maestras del cómic, sino también un verdadero hito que marcará el devenir del cómic adulto en las décadas siguientes y alumbrará la novela gráfica. 

Otro autor clave en los ochenta en lo que a autobiografía se refiere fue Harvey Pekar. Él supone un caso muy especial dentro del cómic: publicó sus primeras historias de la mano de Robert Crumb en revistas underground, y en 1976 empezó a publicar American Splendor, un comic-book donde contará su vida. Lo hará siempre con dibujantes invitados, dado su poco talento para el dibujo, de forma que se convierte en el primer guionista importante del cómic alternativo. Lo reseñable de Pekar es que su vida es la de cualquier estadounidense medio. Su trabajo de funcionario es gris y aburrido, y su rutina es completamente normal. Es experto y crítico de jazz, y, con el tiempo, conocerá la fama gracias al show de David Letterman y tendrá que superar un cáncer, pero la idea siempre es la misma: contar la vida tal cual es. Lo hace con la ayuda de dibujantes como el propio Crumb, Joe Sacco, Jim Woodring o Gerry Shamray. Pekar mantiene la serie de forma regular hasta 1993, aunque posteriormente volverá de forma puntual a ella. En 2003, los directores Robert Pulcini y Shari Springer Berman la llevaron al cine con una película del mismo título. 

Ahora tenemos que pasar a otro de los grandes nombres de comienzos de los ochenta: Eddie Campbell. Este escocés comenzó a mediados de los setenta a autopublicarse sus propios cómics, pero el verdadero punto de partida para su carrera fue la publicación de In the days of the Ace Rock and Roll Club, en 1979. Ahí arrancó una de las obras autobiográficas más extensas de la historia del cómic, en la que Campbell se propone algo tan sencillo y tan complicado a la vez como contar su propia vida. La autobiografía ya había hecho acto de aparición en el cómic de la mano de Justin Green y Binky Brown conoce a la Virgen María, además de alguna de las historias cortas de Robert Crumb, pero Eddie Campbell va a dotar al género de una trascendencia y unas dimensiones inconcebibles entonces, y que servirán de modelo para muchos tebeos que vendrán tras él. Con un fino humor y una narración en tercera persona muy irónica, Campbell narra su vida a través de un álter ego –Alec McGarry– según pasa, con la inmediatez de un diario dibujado con un estilo espontáneo pero preciso y cuidado a la vez. En los múltiples tomos que se han ido publicando –recopilados en España en los dos volúmenes de Alec–, vemos como el autor madura como persona y como artista, toma conciencia de su condición de tal y desarrolla sus propias teorías acerca de la historia del cómic y su dignidad como arte, conocemos su grupo de amigos de juventud, vivimos sus penurias económicas y sus dificultades laborales, su matrimonio y el nacimiento de sus hijos, a través de una historia que dura ya más de treinta años y que no acabará hasta que lo haga su vida. 

Esta enorme obra maestra se acompaña entre 1987 y 2001 de Bacchus (Baco), la respuesta de Campbell a los cómics de superhéroes protagonizada por personajes de los mitos clásicos, como el propio Baco que da nombre a la serie, o Teseo. Además, fue autor junto con Alan Moore de From Hell.

Otro autor interesante de las islas británicas es Bryan Talbot. En su juventud fue uno de los impulsores de la escena underground inglesa, y su primera serie de importancia fue The Adventures of Luther Arkwright (Las aventuras de Luther Arkwright), una saga que mezclaba elementos de géneros muy diferentes, y que le puso en el punto de mira de la industria estadounidense en los ochenta, con la que colaboró en momentos puntuales –por ejemplo, en cómics de The Sandman con el guionista Neil Gaiman–. Con Dark Horse, una editorial de la que hablaremos a continuación, serializó una de sus obras más conocidas, con la que giró a la temática social: The Tale of One Bad Rat (Historia de una rata mala), un alegato contra los abusos sexuales en la infancia. En los últimos años ha mantenido su actividad en el cómic, con la serie Grandville y con la que posiblemente sea su obra más experimental y ambiciosa: Alice in Sunderland (Alicia en Sunderland), un ensayo dibujado con técnicas diversas que profundiza en las figuras de Lewis Carroll y Alice Lidell, y su relación con Sunderland.

Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 190 – 203.

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