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La edad de oro de las revistas de cómic en España

Durante la primera mitad de los ochenta se prolongó en España el boom del cómic adulto gracias a diversas revistas de historieta que focalizaron la actividad de los autores españoles, al mismo tiempo que publicaban a algunos de los mejores extranjeros. Tal fue el caso de Creepy, que traía a España la obra de Richard Corben, o de Cimoc, que publicaba a Moebius, Druillet o Bourgeon. Rambla fue un proyecto impulsado por autores de la generación de los setenta, los Carlos Giménez, Alfonso Font o Josep María Beá que buscaron continuar sus proyectos personales con total libertad creativa. Por su parte, el tebeo infantil seguía casi monopolizado por Bruguera, que vivía de las rentas de las toneladas de material que sus mejores autores habían realizado. Sin embargo, la empresa atravesó por dificultades económicas severas, al tiempo que las ventas descendían y con ellas el número de cabeceras en el mercado. En 1986, Bruguera cerró sus puertas, en medio de una intensa polémica por los despidos efectuados previamente, y la mayor parte de sus autores que aún continuaban en activo se llevaron sus personajes a Ediciones B, como fue el caso de Jan o Ibáñez. Pero aquí vamos a centrarnos más en las novedades que trajeron el cambio de década y la definitiva entrada del cómic adulto en España, en el nuevo marco de la democracia.

El cómic español tuvo su propio underground, aunque llegó bastante tarde, como sucedió con el cómic mainstream adulto a loMetal Hurlant. En 1973 apareció la que se considera primera publicación underground española: El Rrollo Enmascarado, obra colectiva de autores como Nazario o Javier Mariscal. A ellos se unió en poco tiempo Francesc Capdevila, más conocido como Max, uno de los más grandes autores españoles de la historia. 

Animada por el espíritu de este incipiente underground nació en 1979 El Víbora, una revista de vocación transgresora, con historietas adultas llenas del lenguaje de la calle, drogas, sexo y violencia, pero también de una ácida crítica social. En sus páginas desarrollaron sus primeros trabajos muchos autores fundamentales, que se unían a varios provenientes de ese underground ubicado sobre todo en Barcelona. 

Empecemos por el primero de todos ellos: Max. Barcelonés de nacimiento pero afincado en Palma de Mallorca desde los ochenta, es un excelente dibujante de trazo limpio y diseño siempre inquieto, en constante evolución, que destaca porque sus cómics siempre producen a una reflexión ulterior. Max cree en el cómic como arte y huye del mero escapismo para transmitir con su trabajo algo que va más allá del puro entretenimiento. Sus primeras series para El Víbora responden a esto, y se convirtieron muy pronto en iconos del cómic español. Hablamos de Gustavo y Peter Pank, un activista ecologista, el primero, que acaba por marginarse de la sociedad harto de todo, y un punky el segundo, un pasota ácrata que ya no cree en nada. Reconocido internacionalmente, los siguientes pasos de Max lo llevaron a la ilustración, aunque siguió trabajando en el cómic con historias cortas, algunas de corte mitológico, otras inspiradas en clásicos literarios, e incluso una realizada en colaboración con Santiago Auserón, líder de la banda pop Radio Futura. Con el tiempo llegó a trabajar directamente para otros mercados, como el franco-belga, y a mediados de los noventa encabezará el renacer del cómic adulto español con la revista Nosotros Somos Los Muertos. 

Ahora toca seguir con el repaso a los ochenta, y la siguiente parada no puede ser otro que Miguel Gallardo. De la misma quinta que Max, también había realizado algunos trabajos antes de El Víbora. En uno de ellos había creado junto con Juan Mediavilla a su personaje más célebre, Makoki, basado en un relato en prosa de Felipe Borrallo. Gallardo recuperará en los primeros números de la nueva revista al personaje, e iniciará una saga protagonizada por un grupo de criminales de poca monta que se mueve por los barrios bajos de Barcelona, y que se convertirá en espejo de la calle en su lenguaje y actitudes. 

Nazario es otro de los grandes que había estado involucrado en la creación de El Rrollo Enmascarado y que ahora se sumaba a El Víbora con Anarcoma, una serie protagonizada por un detective travesti que se mueve por el ambiente gay de Barcelona. De un modo similar al de Gallardo y Mediavilla, Nazario también hace crónica social, pero al mismo tiempo se concentra en romper tabúes en torno al sexo y la homosexualidad. De hecho, sus siguientes obras fueron en esa línea, como fue el caso de Alí Babá y los cuarenta maricones. 

Otro excelente autor de El Víbora fue Martí Riera, hijo artístico del estadounidense Chester Gould y su Dick Tracy, que en sus historias profundizará en el lado oscuro del ser humano, siguiendo la tradición tremendista de la literatura española. Su obra maestra es además su historieta más extensa: El taxista, una farsa esperpéntica en la que Taxista Cuatroplazas, un perturbado obsesionado con los pobres, se enfrenta a una familia de delincuentes marginales de poca monta y a un empresario corrupto. 

La principal competencia de El Víbora fue Cairo, una revista que nace en 1981 dirigida por Joan Navarro, y que se adscribe a la línea clara. Cairo, desde sus editoriales, buscó la confrontación con El Víbora, oponiendo la línea clara al estilo predominante en su rival, que terminó por conocerse como línea chunga. Los autores de ambas cabeceras, en todo caso, no se tomaron tan en serio estas discusiones y, de hecho, algunos de ellos colaboraron en ambas, como fue el caso de Gallardo, que creó para Cairo Pepito Magefesa. 

En Cairo publicó también un antiguo underground como Javier Mariscal, el archiconocido creador de la mascota olímpica Cobi, con Los Garriris, una serie en la que muestra la vida nocturna de la Barcelona de la época. 

En una línea más costumbrista encontramos La noche de siempre y Fin de semana, ambas del dúo formado por Ramón de España en el guion y Montesol al dibujo, que reflejan a la perfección la vida de la juventud moderna y acomodada de Barcelona. 

Uno de los autores más experimentales de los ochenta también publicó en Cairo: Micharmut. Dotado de un estilo personalísimo, siempre mirando a las vanguardias y en constante evolución, Micharmut dejó su sello con historias como Raya, 24 horas o Futurama. 

Roco Vargas es la serie más conocida de Daniel Torres, un dibujante de estilo espectacular que creó una saga de ciencia ficción futurista que aún continúa hoy en día, protagonizada por un escritor que viaja por un universo colonizado por la Tierra resolviendo problemas. 

Pero si hay una serie que represente totalmente el concepto de la línea clara, esa es Cleopatra de Mique Beltrán, en la que una heroína de armas tomar vivía aventuras que actualizaban el concepto de Tintin o Blake y Mortimer para un público adulto. Beltrán hacía gala de un gran sentido del humor, que se acentuó en el spin off de la serie que creó en los noventa dirigido a un público infantil, Marco Antonio, protagonizado por el hijo de Cleopatra. 

Sin embargo, uno de los mejores cómics españoles de la década, y quizás el más internacional, no se comenzó a publicar en ninguna de estas dos revistas, sino en Creepy, una cabecera especializada en terror editada por Josep Toutain. Hablamos de Torpedo 1936. Fue creada por el guionista Enrique Sánchez Abulí, en un principio acompañado por el dibujante Alex Toth, un clásico del cómic estadounidense conocido sobre todo por sus cómics de El Zorro. Pero Toth, de otra generación, abandona la serie escandalizado por la violencia y el sexo de los guiones, y sobre todo por su falta de moralidad. El cambio en el dibujo es para bien, porque el sustituto, Jordi Bernet, era perfecto para una serie tan sucia y dura como Torpedo 1936. El nuevo tándem prosigue contando las historias de Luca Torelli, un gánster y asesino a sueldo implacable en la Nueva York de los años treinta. Introdujeron claroscuros en un medio tradicionalmente poblado de héroes sin tacha, al tiempo que lo teñían todo con un humor negro tan políticamente incorrecto que de publicarse hoy probablemente levantaría más de una ampolla. De hecho, en 1990 El País Semanal, que había contratado varias historias a los autores, dejó sin publicar la última de ellas, Lolita, por lo que pudiera pasar. Lamentablemente, la trayectoria de Torpedo 1936 acaba con una fuerte polémica entre Sánchez Abulí y Bernet a raíz de un tema del cantante Loquillo dedicado al personaje, en el que se omitió el nombre del guionista. La justicia absolvió a Bernet, pero la relación entre él y Sánchez Abulí ya fue irreparable. 

Por último, hablemos de Miguelanxo Prado, uno de los autores más exitosos de las últimas décadas, de estilo pictórico muy trabajado, alejado tanto de la línea clara como de la chunga. Prado es un rara avis, y con su mezcla de costumbrismo y realismo mágico consigue incluso sobrevivir al final de este boom del cómic adulto. Su mejor obra probablemente sea Trazo de tiza (1993), directamente pensada como un álbum. 

Pese a lo prolífico y brillante de esta escena nacional, hacia finales de los ochenta quedaba ya muy poco. El boom parecía agotado. Durante los noventa desaparecen las pocas revistas que habían conseguido aguantar en los quioscos: Creepy, Cimoc o Zona 84. Sólo El Víbora sobrevive al cambio de siglo –aguantó, de hecho, hasta 2004–. Las revistas infantiles no corrieron mejor suerte. Como hemos dicho, Bruguera cerró en el 86, y otras editoriales acabaron por cerrar también sus publicaciones de cómic. Las causas fueron muchas y demasiado complejas como para analizarlas aquí, pero el resultado fue un panorama desolador. Sólo quedaba, al margen de El Víbora, el semanario satírico El Jueves, superviviente de la transición, que se convirtió en cantera inagotable de dibujantes humorísticos. La mayoría de los autores que hemos mencionado se dedicaron a la pintura o a la ilustración para poder ganarse la vida y abandonaron el cómic, algunos para siempre, otros hasta fechas recientes. 


Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 252 – 261.

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