Aunque la edad dorada de la tira de prensa hacía tiempo que había pasado, eso no significa que no surgieran decenas de series desde Peanuts de gran calidad. Imposible no recordar el Garfield de Jim Davis, o Mafalda del argentino Quino, a la que el compromiso político de su autor la dota de unos valores morales inquebrantables. Pero aquí queremos detenernos en una tira surgida ya en los ochenta, que es para muchos la única que puede discutirle a Peanuts su trono: Calvin and Hobbes (Calvin y Hobbes). Entre 1985 y 1995, Bill Watterson la desarrolló centrándose en las vivencias de un niño de seis años, Calvin, y Hobbes, su tigre de peluche, que es para su dueño completamente real. Entre juegos y travesuras infantiles, Watterson introduce con una naturalidad pasmosa debates de trasfondo filosófico, y demuestra que conoce y es capaz de mostrar el universo infantil con precisión y un humor al que, aunque es perfectamente asumible por niños, no le falta picante.
Durante toda la trayectoria de Calvin and Hobbes,
Watterson se negó siempre a que se fabricara ningún tipo de merchandising sobre
sus personajes, y ni siquiera dio su permiso para que se realizara una serie de
animación. Sentía que todo eso habría desvirtuado su trabajo convirtiéndolo en
un negocio lucrativo pero vacío. Quiso evitar la sobreexplotación a la que se
sometió a su mayor inspiración: Peanuts. Y lo consiguió. Con la misma
determinación, en 1995, cuando comenzó a darse cuenta de que ya había dicho
todo lo que tenía que decir, envió una carta a sus editores en la que anunciaba
su retirada. Tenía sólo treinta y ocho años. Desde entonces, se ha negado a
conceder entrevistas o firmar autógrafos, y sus apariciones públicas se han podido
contar con los dedos de una mano. Calvin and Hobbes, convertida en un clásico,
no ha cesado de reeditarse desde entonces.
Fuente:
Gerardo Vilches, “Breve historia del cómic”, Ed. Nowtilus Saber, p. 262 – 263.
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